Hay un secreto en la película Titanic que no sabías y que te dejará en shock.

Titanic fue famosa más que por su producción, por su gran historia de amor.

Jack y Rose nos hicieron reir, llorar y enamorarnos.



Recuerdan a la pareja de viejitos que aparecen abrazados cuando el barco se está hundiendo?



Ellos eran los esposos Isidor e Ida Straus, dos de los más acaudalados pasajeros del lujoso barco, el de mayor tamaño de su tiempo. Él era el propietario de R.H. Macy’s, la tienda por departamentos más grande del mundo. Entonces su empresa no era la gran cadena que es hoy, pero Straus era uno de los cuatro viajeros más ricos, junto a John Jacob Astor, Benjamin Guggenheim y George Dunton Widener. Sus fortunas sumaban 100 millones de dólares, algo descomunal en esa época.
Aunque exitoso en los negocios, para Isidor lo más importante era Ida y su amor fue tan grande, que prefirieron morir juntos en la catástrofe de aquella madrugada del 15 de abril de 1912, antes que separarse en el rescate. “
Cuando el Titanic chocó contra el iceberg que desencadenó su hundimiento,  la pareja se despertó sobresaltada. De inmediato, Ida comprendió que estaban en peligro, comenzó a vestirse e instó a su esposo para que hiciera lo propio. En medio de la angustia, ella se cuidó de rescatar sus anillos de compromiso y de bodas y una pequeña bolsa con regalos especiales de Isidor, incluido un monedero que le había comprado días antes en París.
Minutos más tarde, estaban en la cubierta, donde, dada su edad, 67 años, y su prestigio como filántropo y excongresista, a Isidor le fue asignado un lugar en uno de los escasos 20 botes salvavidas, insuficientes para rescatar a todos los 2.224 pasajeros. Pero él declinó la oferta apegado a las reglas del mar, según las cuales las mujeres y niños tienen la prioridad en una emergencia. Ida, por su parte, respondió a los principios de su corazón. “No voy a ser separada de mi esposo”, dijo, de acuerdo con recuerdos de sobrevivientes, arguyendo que si habían vivido juntos, entonces debían morir juntos. “Por favor, por favor, querida, sube al bote”, le rogaba Straus, acariciándole la cabeza, pero ella se resistía una y otra vez, hasta que la tripulación dio la orden de partir. “Isidor, mi lugar está junto a ti. Yo he vivido contigo. Te amo y, si es necesario, moriré a tu lado”, reiteró Ida, en un gesto que hizo de esta una de las historias de amor inmortales de la tradición estadounidense. Luego, le entregó su abrigo de piel a Ellen Bird, la mucama con la que viajaban y a quien ya le había sido asignado un sitio en un bote.
Según cuenta June McCash en su nueva obra, los náufragos que se alejaban en las pequeñas embarcaciones contemplaban a los Straus “asidos a la baranda, sosteniéndose el uno al otro y llorando silenciosamente”. El pasajero Archibald Gracie, quien se salvó, recordó después que cuando el barco estaba a punto de sumergirse por completo en las aguas del Atlántico Norte, una ola los engulló y nadie volvió a verlos. Los restos de Isidor fueron recuperados, pero los de Ida no.
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