Por qué los 'malos humores' son buenos para ti


Ahora está la moda de querer ser feliz. El culto a la felicidad descafeinada y perenne. Nuestras vidas deben ser una postalita aspiracional lista para instagramear en todo momento. Y si no es así... vete pidiendo número en la cola de los apestados.
La publicidad y las industrias del coaching y la autoayuda nos dicen que si no somos “felices” hay algo que no funciona (en nosotros). Se nos anima a que neguemos nuestra naturaleza más íntima para nos resultar “inadecuados”. Estamos siendo adoctrinados para percibir el descontento, la aflicción o la angustia como una anormalidad social que nos aleja del éxito. El 80% de los sentimientos de siempre son ahora tratados como un desorden.
Pero no. No somos “felices”. Y ni siquiera tiene sentido intentarlo.
No tiene sentido porque nadie es capaz de sostener una sola emoción durante demasiado tiempo. Y además, estar constantemente a la caza de la felicidad perpetua solo trae consigo una certeza: la felicidad nos rehuye.
La felicidad como meta es kitsch. Y es una meta al servicio del mercado. Y así, seducidos por su aparentes beneficios en nuestra salud, nuestras relaciones sociales y nuestras carreras profesionales, a menudo nos olvidamos del poder de los estados emocionales menos confortables.
Porque sí, la tristeza tiene beneficios psicológicos. Nos ayuda en cosas como...
Crear. La tristeza suele potenciar la creatividad artística.
Adaptarnos al medio. Diversos estudios muestran que la tristeza leve y temporal sirve a una importante función adaptativa. Los estados tristes nos ayudan a lidiar psicológicamente con situaciones difíciles y actúan como señalizador social en un doble sentido. Por un lado, indican un deseo de desvinculación, de retirada de la competición social. Por otro, nos aportan una capa de protección frente a los posibles envites emocionales de terceras personas. Curiosamente, la combinación de esas señales de retirada suele despertar interés en otros.
Ser más sensibles a la realidad de los demás. La tristeza puede potenciar la empatía y la sensibilidad moral.
Mejorar la atención. Los malos humores, entre ellos la tristeza, suelen actuar como señales automáticas de alarma. Esas alarmas promueven estados de mayor atención y concentración en lo que nos rodea.
Mejorar la memoria. Las emociones negativas pueden potenciar las capacidades cognitivas relacionadas con la memoria. En este experimento, la melancolía inducida por un factor natural como el mal tiempo resultó en una mayor capacidad de recuerdo de detalles específicos de un escenario físico (una tienda). Los estados alicaídos también pueden mejorar la memoria visual en la medida en que contribuyen a reducir nuestra susceptibilidad a las distracciones.
Reducir nuestros errores de juicio. Los sentimientos negativos reducen los sesgos y las distorsiones de juicio a la hora de formar nuestras impresiones.
A la hora de enjuiciar a otros, se ha demostrado que los estados tristes arrojan impresiones más precisas y fiables porque las personas procesan los detalles de una forma más efectiva, evitando quedarse en la impronta de las primeras impresiones.
Otros estudios muestran una relación inversa entre los estados tristes y la candidez. Los sentimientos negativos incrementan el escepticismo a la hora de evaluar rumores e información no contrastada, potenciando incluso la habilidad de la gente para detectar el engaño. Las personas en estados de ánimo decaídos también suelen mostrarse menos dadas a confiar en estereotipos simplistas.
Potenciar la motivación. En diversos experimentos, cuando se ha pedido a personas felices y tristes que desarrollen tareas mentales de una determinada dificultad (memorizar elementos y contestar luego a preguntas sobre esos elementos, por ejemplo), aquellos en estados de ánimo negativos han demostrado una mayor motivación a la hora de reallizar la prueba y una mayor tendencia a la perseveración. Han dedicado más tiempo a las tareas y han logrado un mayor número de respuestas correctas.
Mejorar la comunicación. La mayor atención y el pensamiento detallado que suelen acompañar a los ánimos decaídos pueden mejorar nuestras dotes para la comunicación. En múltiples estudios, la gente triste ha demostrado ser más efectiva a la hora de usar argumentos persuasivos para convencer a otros. También ha mostrado una mayor capacidad para entender sentencias ambiguas y una mejora de sus dotes para la conversación.
Nos vuelve más justos e imparciales. Las emociones negativas potencian nuestras atención a las normas y expectativas sociales. En estudios como este, las personas con humores negativos demostraron tratar a los otros de una manera más justa y menos egoista.
Ya lo ves. Estar insatisfecho, momentáneamente triste, descontento o infeliz también tiene sus ventajas. Y siempre será mejor sentir todo eso que vivir en un mundo inventado a través de una felicidad forzada.
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