
Debían ser las cuatro de la mañana cuando sonó mi móvil. Era un número oculto.
—¿Si? —contesté. Estaba medio dormido.
—Hola Carlos, ¿lo estás pasando bien?
Era una voz de máquina expendedora: mecánica, plana, sin alma. Ni siquiera sabía decir si era de chico o de chica. Parecía modificada con un vocoder o algo parecido.
Al principio di por sentado que era una broma
—¿Quién es? —pregunté intentando desperezar mi lengua.
—Dime, ¿lo estás pasando bien Carlos? —la voz al otro lado del teléfono insistía.
Di por sentado que era una broma. Eran mis primeros días en la residencia universitaria y las novatadas eran inevitables.
Colgué el teléfono, pasaron los días y el recuerdo de la llamada se evaporó. Estaba demasiado ocupado dejándome atropellar por las novedades que me ofrecía mi nueva ciudad como para darle importancia.
Cuando llegaron las vacaciones de Navidad recibía llamadas y mensajes casi a diario.
¿Que como podía concentrarme en las clases? No lo hacía. Mi rendimiento en la universidad era penoso. En ese tiempomi vida social brillaba por su ausencia. Cuando estaba con gente me sentía tan tenso que el psicópata parecía yo. Me resultaba imposible hacer amigos.
Necesitaba esas vacaciones. Lo único que quería era pasar tiempo con mi familia y recuperar el tiempo perdido con Sandra.
Sandra, por cierto, era mi novia. Si no la he mencionado hasta ahora es porque en ese punto todavía no le había contado nada de las llamadas.
Cuando llegaron las vacaciones de Navidad recibía llamadas y mensajes casi a diario
Lo hacía por ella. De vez en cuando llegaba a la conclusión de de que tal vez estaba exagerando lo sucedido, y también me inquietaba que Sandra se preocupase demasiado. No quería que se sintiera mal. Si le contaba eso, quizá se plantaría en Madrid y permanecería hasta que tuviera la cabeza de mi acosador en una caja de cartón. Yo tampoco quería eso.
Durante las vacaciones, las llamadas siguieron, aunque la frecuencia empezó a disminuir. Volví a Madrid con fuerzas renovadas y la esperanza de poder disfrutar de la vida universitaria de una vez por todas. Pensaba que mi acosador quizá se estuviera aburriendo de aquel juego.
A las dos semanas, mi teléfono volvió a sonar. Era mitad de la noche.
—Te estoy vigilando, Carlos.
Era la misma voz maquinal.
—Tíos, ya está, lo he pillado, tenéis un aparato que modifica la voz y os mola vacilar a la gente, la broma está bien, pero dejadme dormir.
Te estoy vigilando, Carlos
Pero las llamadas no se detuvieron. Cuando no cogía el teléfono, mi buzón se llenaba de mensajes:
—¿Dónde estará Carlos esta tarde?
—¿Lo estará pasando bien Carlos?
—¿Por qué no contestas mis llamadas, Carlos?
Entonces empecé a plantearme que quizá no era una broma.Llevaba dos meses recibiendo las llamadas. Mis compañeros de residencia estaban demasiado preocupados intentando tener sexo como para ser tan persistentes.