La oscura historia del hombre que dio vida a Alicia


Se publica por primera vez en español una selección de poemas de Lewis Carroll (Valparaíso), en los que encontramos un mundo de magia, oscuridad e intriga

Lo primero que recuerdo de Alicia no es la adaptación de Disney que mi abuela guardaba en algún VHS del cajón de las películas. Tampoco el disfraz azul y blanco con el que algunas amigas se vestían en los carnavales del colegio, con esas pelucas rubias que les hacían ser, por un instante, las pequeñas reinas del País de las Maravillas.
La primera vez que me encontré con la imagen de aquella heroína fue a los siete u ocho años, cuando encontré una edición blanca de Cátedra de Alicia a través del espejo que mi padre se había dejado en la mesa de nuestro antiguo salón, porque estaba repasando algunos de sus fragmentos para las clases que literatura que impartía en un instituto.
Me llamó la atención que mi padre tuviera en su poder un libro cuya portada era una niña pequeña, sonrojada, rodeada de pequeños animales fantásticos que vestían como humanos, y de flores rojas que parecían charcos de sangre. Normalmente, sus lecturas eran mucho más pesadas, mucho más adultas y, a mis ojos, más aburridas.
Alicia en el país de las maravillas no es, precisamente, cosa de niños
Aquel libro tenía algo extraño, no sólo por estar lleno de dibujos, sino también porque las pocas páginas que me atreví a cotillear guardaban fotos en blanco y negro de niñas, y versos que parecían cancioncillas.
Cuando mi padre me pilló con el libro en la mano, me contó que esa historia era muy especial, que en ella se inspiraba la película Alicia en el País de las Maravillasaunque en realidad su autor jamás supo queel cuento que se inventó para la hija de unos amigos acabaría convirtiéndose años y después en todo un referente.
“¿Y qué haces leyendo un cuento para niños?”, pregunté a mi padre, que me explico que, en verdad, aquella historia guardaba dentro de sí muchísimos secretos, que no era exactamente cosa de niños.
Para Carroll, la locura no existía. Por eso se pasó la vida construyendo mundos en los que su humanidad no fuera un pecado, y cerrándolos con llaves doradas, para que solo los más atrevidos pudieran animarse a empuñarlas
Su autor, que firmaba bajo el seudónimo de Lewis Carroll, era un científico, profesor de matemáticas, reverendo, filósofo y escritor muy oscuro y complicado. A pesar de lo que podría parecer leyendo su mágica obra, todo a su alrededor estaba lleno de sombras.
"Le gustaba hacer fotos a las hijas de sus amigos", me dijo mi padre. Luego me habló de una barca, de unos amores imposibles, de unos problemas matemáticos, y de alguna cosa más que durante años mi memoria guardó borrosa, pero con la suficiente curiosidad como para amar y temer a aquel escritor.
Frío y sombras alargadas en las callejuelas de Oxford
Es curioso que una de las figuras más importantes de la Literatura Universal sea también una de las mentes más desconcertantes y perversas de su historia: su cerebro era mágico, lleno de números que explotaban, de palabras que se cruzaban, de historias y amores imposibles que le atormentaban.
Lewis Carroll se llamaba en realidad Charles Lutwidge Dodgson, aunque también se le conocía como el reverendo Dogson, un hombre, a ojos de la sociedad del momento, con una capacidad intelectual increíble y con mucha facilidad para establecer grandes vínculos con el mundo infantil , especialmente con las niñas.
Tanto es así que Carroll llegó a ser un enamorado de esas pequeñas musas, con las que —cuando no estaba dando clases de matemáticas y lógica, o quizá paseando solitario por las brumosas calles de Oxford — pasaba todo el tiempo posible, e incluso les escribía larguísimas cartas, en las que les abría su corazón.
Su relación con las menores de edad, que a simple vista no iba más allá de unas cuantas fotos en el bosque o en paisajes siniestros, y de unos cuantos cuentos e historias que les dedicaba, especialmente a Alice Liddell, hija de unos amigos, siempre suscitó todo tipo de dudas, cotilleos y comentarios.
Incluso Vladimir Nabokov dijo que Lewis Carroll fue el primer Humbert Humbert de la historia
De hecho, gracias a los análisis de las cartas que el autor intercambiaba con las niñas —publicadas en España en la editorial La Felguera— se descubrió que su pasión era mucho más peligrosa de lo que se pensaba, puesto que la familia de Liddell llegó a prohibir a Carroll mantener el contacto con la niña.
No es extraño que hasta el mismo Vladimir Nabokov se refiriera a él como el primer Humbert Humbert de la literatura. Esto es algo que subraya la teoría de que Carroll estaba verdaderamente enamorado de la pequeña, hasta el punto de que en una ocasión le habría pedido matrimonio.
Todas las habladurías y sospechas podrían confirmarse en el momento en que a Carroll empieza a ser conocido como el eterno soltero de Oxford. Él mismo acabaría escribiendo sobre lo mucho que se se arrepentía de aquellos años en los que su fascinación por Alice fue tan desmedida.
Gracias a los análisis de las cartas que el autor intercambiaba con las niñas se descubrió que su pasión era mucho más peligrosa de lo que se pensaba
Es un secreto desconocido para las almas frías y crueles,
aunque arriba lo cantan los ángeles,
con las notas claras para los oídos que oyen.
¡Y el nombre del secreto es Amor!
Creo que es Amor.
Siento que es Amor.
¡Sé que no es nada más que Amor!
Tras los nuevos poemas de Carroll se adivina que tras sus mundos fantásticos se escondía uno de sus más grandes tormentos: la imposibilidad de amar a quien amaba
Estos significativos y reveladores versos de Lewis Carroll pertenecen al divertido poema “Una canción de amor”, seleccionado en la reciente edición de su poesía que la editorial Valparaíso acaba de publicar en España, bajo la traducción y edición de Raquel Lanseros.
En este poema, como en tantos otros de la selección, se puede adivinar que Carroll, detrás de sus mundos de alegría y fantasía, escondía en verdad uno de sus más grandes tormentos: esa imposibilidad de amar a quien amaba o esa imposibilidad de gritar a los cuatro vientos que en su corazón sólo cabían aquellas niñas.
La verdad sobre El País de las Maravillas
Pero lo cierto es que Carroll lo gritó, y con los años su grito se ha convertido en una de las obras más importantes: Alicia en el País de las Maravillas es precisamente eso, un canto secreto, una de las mayores declaraciones de amor que se hayan escrito, incluso si para muchos es cosa de niños.
La historia de Alicia, más o menos, es conocida por todos : esa chiquilla soñadora y distraída que decide seguir el rastro de un conejo blanco, y acaba colándose en un mundo en el que todo está al revés, todo es alocado, y todo carece de la lógica del lugar en el que ella había sido criada.
Esta fantasía y esta sucesión de personajes extraños también se sucede en los poemas de Carroll, como si su realidad hubiera acabado teñida de la ficción que él mismo había inventado un día de verano mientras remaba con su amada Alice en una barca, y mientras le contaba un cuentecillo que más tarde se convertiría en su célebre libro.
Todos los poemas de Carroll repiten las palabras secreto, verano, hadas, soledad… y se convierten en una nota a pie de Alicia en el País de las Maravillas
Alicia, como un ser precioso y cotilla que se cuela en el cerebro alocado de Carroll para ponerlo todo del revés. Alicia, como un polizón en ese pesado barco de su mente, tiñendo el universo oscuro de belleza y luz. Alicia, convirtiendo al matemático solitario en el mejor narrador de historias infantiles y alocadas.
Pero aún me hechiza, como un fantasma,
Alicia moviéndose bajo aquel cielo,
jamás visto por ojos desvelados.
En el poema “Una barca bajo el cielo soleado”, Lewis Carroll rememora aquel preciso instante en el que toda la magia comenzó a suceder entre la niña desonrisa amorosa y él: aquel mítico paseo de verano por el Támesis, en el que el mundo de Carroll empezó a girar obsesivamente en torno a Alicia.
Todos sus poemas repiten las palabras secreto, verano, hadas, soledad, y se convierten en una especie de nota a pie de página de Alicia en el País de las Maravillas, historia cuyo manuscrito Carroll regaló a su amada quizá con la esperanza de que ella pudiera entender qué significaban sus palabras.
Leído y releído hoy, el lector podría pensar que cada uno de sus capítulos esconde algún acertijo, alguna escena de cuyo hilo se puede tirar hasta desvelar un sentimiento que el autor quiso enterrar por miedo a que los adultos comprendieran de qué se trataba en realidad aquel artefacto literario.
La vida, ¿qué es sino un sueño?, se dice Carroll en final de otro de sus poemas, como si estuviera deseando que sus sueños se hicieran realidad, y que su vida cobrara sentido en el complejo mundo de ficción que había inventado para la pequeña Alice Liddell y para él.
Allí donde los gatos hablan, las orugas fuman y los conejos saben leer las manecillas del reloj, allí donde los bebés dan miedo, donde todos los días se celebran los no cumpleaños, donde las ostras son presumidas, donde las reinas pintan sus jardines con tinta roja, o sangre de súbditos decapitados.
En ese país donde todo es maravilloso, raro e inimaginable, ¿cómo no iba a ser también posible una relación amorosa entre un adulto y una niña? ¿Cómo iba a estar mal visto su cariño, si en realidad sería lo menos extraño de entre lo siempre extraño?
Siempre nos quedará la duda, y es que quizá es precisamente eso lo que Carroll persiguió con su peculiar manera de entender la vida y con su más aún increíble manera de representarla.


Para él la locura no existía, y la imaginación era más grande que todo el cielo y que toda la galaxia: por eso se pasó la vida construyendo mundos en los que su humanidad no fuera un pecado, y cerrándolos con llaves doradas, para que sólo los más atrevidos pudieran animarse a empuñarlas.
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