Este complejo comportamiento es la misma razón por la que perdemos interés en las personas que muestran demasiado interés en nosotros. Es una dinámica a la que no estamos acostumbrados. Asociamos el cortejo con una persecución. En secreto disfrutamos de los altibajos que vienen con el amor, ese por el que tienes que luchar para ganar. Esta dinámica nos hace sentir que, si lo logramos, estaremos recibiendo algo que valía nuestros esfuerzos. Necesitamos saber que hay valor en algo antes de invertir en ello, para que toda esa energía empleada tenga “sentido”.
Por muchas razones biológicas, nos sentimos atraídos por personas que vemos como “mejores” que nosotros. Nuestro instinto nos lleva a buscar a sujetos óptimos para la reproducción, con el objetivo de producir una descendencia mejor. Así que en un nivel primordial, nos sentiremos inevitablemente más atraídos por personas que parezcan sanas, fuertes y seguras, que tengan sensibilidad emocional, sentido de la protección y, al menos aparentemente, de la lealtad. Naturalmente, estamos condicionados por la evolución a querer a alguien cuyos genes podrían combinarse mejor con los nuestros para “mejorar” a nuestra raza. Pero, ¿por qué estamos tan apagados cuando el objeto de nuestros deseos busca lo mismo en nosotros?

El subtexto de esta dinámica es: “¿Qué problema tienes? ¿Por qué absurda razón te intereso yo?”. En cambio, somos mucho más complacientes participando en una persecución o teniendo el corazón roto porque alguien que nos interesa nos ha rechazado. Eso se ha convertido en una zona segura. Tenemos películas que nos hagan sentir menos solos y listas de reproducción melancólicas que nos pueden durar toda la vida. El rechazo se siente mejor que el afecto que -erróneamente- consideramos injustificado.

Así que, sí, parte de ello son impulsos naturales: queremos encontrar una pareja que sea inequívocamente valiosa. No obstante, una parte aún mayor es producto de una inseguridad inconsciente que se interpone entre nosotros y la felicidad potencial.