¿Estás casi siempre deprimido? Quizá seas un código Z


 

«Esto es terrible, no voy a encontrar trabajo nunca», dice sollozando. «Claro, a mis años y con mi preparación, que no sé hacer nada... ¿quién va a contratarme? No sé qué vamos a hacer, se me acaba el paro, los ahorros no van a dar ya para mucho, hay que pagar Universidad del mayor y hay que comer. Estoy obsesionado con esto, a ver si usted me da otra pastilla que me quite esta depresión o me aconseja qué puedo hacer, porque así no puedo seguir. No sabía si venir, pero ahora me pongo en sus manos, doctor...»

Las consultas psiquiátricas están cada vez más llenas de este tipo de personas.Es gente normal, sin problemas mentales, que acude al psiquiatra por problemas de la vida cotidiana. No son capaces de afrontar sentimientos como tristeza, angustia, rabia, frustración, impotencia, soledad, odio, agresividad. Sentimientos desagradables, pero que son respuestas emocionales totalmente legítimas y normales a los avatares de la vida.

Son los Códigos-Z, como están catalogados en psiquiatría: los intolerantes al sufrimiento, los perpetuos insatisfechos. Incapaces de enfrentarse a problemas corrientes. Antes de la crisis ya copaban el 24% de las consultas de los centros de salud mental y ahora, tras siete largos años de problemas económicos, los Códigos-Z se han disparado en el diván del psiquiatra.

Crisis conyugales, muerte de un familiar, dificultades laborales, soledad, problemas con el entorno... «Necesitamos sentirnos tristes cuando perdemos algo valioso, miedo cuando enfrentamos algún peligro, rabia cuando nos ofenden o indignación cuando nos maltratan», explica Alberto Ortiz Lobo, psiquiatra del Centro de Salud Mental del distrito Salamanca, en Madrid, y uno de los mayores estudiosos del fenómeno de los Códigos-Z.

Estos sentimientos que nos hacen sufrir, según Ortiz, son fundamentales para enfrentarnos a la realidad de forma adaptativa. Sin embargo, por los cambios sociales, económicos y culturales que se han producido en los últimos años, cada vez más gente confunde experiencias vitales negativas con problemas mentales. «Estos sentimientos ya no se consideran parte de una respuesta sana a las circunstancias del entorno, sino que se están descontextualizando y se cosifican en síntomas de supuestas enfermedades mentales», añade.

El caso más extremo -por lo surrealista- con el que se ha topado Ortiz en su consulta es el de un señor de 83 años que llegó muy agobiado para contarle que todas las tardes desde hacía 30 años se echaba la siesta con su mujer y practicaban sexo. Pero desde hacía unas semanas, sólo podía hacerlo cada tres tardes. Con 83 años. Y el hombre estaba hundido, con depresión -decía-, necesitado de unas pastillas para sacarle del agujero.

Los problemas con la pareja son, con un 20%, las consultas más frecuentes de los Códigos-Z. Le siguen los asuntos relacionados con el empleo y desempleo (18%), problemas relacionados con el manejo de dificultades de la vida (9%), la muerte de un familiar (8,6%), ruptura familiar por divorcio (4,5%), y problemas con la familia política (4,1%), según el estudio de Ortiz Lobo «Psicopatologización de la vida».

Los médicos de atención primaria, a donde primero acuden los insatisfechos, se encuentran ante una disyuntiva difícil. Alguien les está demandando atención y como profesionales tienen que dársela, pero se dan cuenta de que lo que le pasa al paciente no requiere un psiquiatra.

Ahí entran en juego los antidepresivos, la salida más fácil tanto para el médico como para el paciente. El consumo de las llamadas «píldoras de la felicidad» se ha triplicado en 10 años, según los últimos datos publicados por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS). En el año 2000, el número de dosis de antidepresivos por cada 1.000 habitantes y día consumidos fue de 26,5, mientras que actualmente se registran ya 79,5 dosis diarias.

Como en Un mundo feliz, la famosa obra de Aldous Huxley de 1932, la humanidad ha alcanzado un mundo aparentemente perfecto en el que los individuos son saludables, desenvueltos y avanzados tecnológicamente. Tienen todas las comodidades a su alcance para ser felices, y, por si eso no fuera suficiente, cuentan con drogas de diseño para alterar su percepción de la parte dañina de la vida y modificar sus emociones negativas. Estar triste o ser desgraciado se considera un estigma.

«Esta situación se explica dentro del contexto de una sociedad que no sólo pide individuos sanos, sino también felices», apunta Pilar Casaus, directora médica del Instituto de Salud Mental Pere Mata. Esta experta describe una sociedad regida por criterios de bienestar, en la que no se permite el mínimo espacio-tiempo imprescindible para elaborar la pérdida, las limitaciones, las frustraciones, las crisis; en definitiva, para asumir o afrontar los cambios internos o externos de la vida cotidiana. La sociedad exige respuestas resolutivas e inmediatas.



Pero la solución para los Códigos-Z no es la medicación, ya que se gastan recursos sanitarios en personas que no se van a beneficiar de tratamientos terapéuticos. Además, se exponen a efectos adversos por el uso de pastillas. El marketing feroz de las farmacéuticas (algunos expertos hablan de la psiquiatría de mercado), hace que tomar píldoras sea normal, incluso beneficioso. «Pero hay que recetar fármacos exclusivamente a las personas que los necesitan», señala Ortiz. Los Códigos-Z, normalmente, vuelven a su estado original a los tres meses por sí mismos.


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