Los genios no están exentos de tener sus peculiaridades. Es más, en muchos casos esa misma genialidad hace que tengan comportamientos que parecen particularmente excéntricos al resto de los mortales. Acompáñanos a conocer 5 genios con costumbres realmente extravagantes.
5 genios con costumbres realmente extravagantes
1. Edgar Allan Poe
Entre las muchas peculiaridades que rodean a la figura del genial Edgar Allan Poe, existe una costumbre que ha traído de cabeza a sus editores. Tenía la extravagante costumbre de escribir sus obras en una tira continua de papel cuyos trozos iba enganchando con lacre.

2. Truman Capote
Las extravagantes costumbres de Truman Capote, el autor de “Desayuno en Tiffany’s” y “A sangre fría”, rozan lo supersticioso: nunca empezaba ni acababa una de sus obras en viernes, ni se hospedaba en una habitación que contuviera el número 13.

Tampoco dejaba nunca más de 3 colillas en un cenicero, en caso de tener que acumular más de ese número en un solo recipiente, metía las sobrantes en uno de sus bolsillos.
3. Honoré de Balzac
El novelista francés Honoré de Balzac era un adicto al café. Cuando decimos adicto al café no hablamos del café que podamos beber cualquiera de nosotros, sino de algo extremo. Cuando estaba escribiendo su obra magna “La comedia humana” bebía más de 50 tazas de café al día, con lo que prácticamente no dormía.

Decía del café estimulaba su creatividad. Cuando consideró que el café turco que bebía ya no le era suficiente, pasó a consumir granos de café directamente.
4. Nikola Tesla
Del increíble Nikola Tesla os hemos hablado en varios artículos de Supercurioso. En esta ocasión mencionaremos algunas de sus manías más extravagantes. Era un gran amante de las palomas y al parecer se le había visto en las calles de Nueva York cubierto de ellas. Por el contrario no soportaba ni las joyas, especialmente las perlas, ni a las mujeres gordas.

5. Edison
De Edison se explica que utilizaba un método completamente extravagante para elegir a sus colaboradores. Los citaba a una entrevista y los sentaba a una mesa con un plato de sopa delante, poniendo a su alcance un salero. Aquellos que sazonaban la sopa antes de probarla eran automáticamente eliminados como futuros empleados. Edison consideraba que habían actuado “por una suposición” y, por su forma de pensar, no le interesaban como empleados.