El nuevo libro de Agustina Guerrero, Érase una vez La Volátil (Lumen), nos enseña que a veces romper con todo es lo único que nos puede salvar
Sientes otra vez ese nudo en la boca del estómago. Grande, áspero, de los que no te dejan tragar y te aprietan muy fuerte. Esa ansiedad constante, la incertidumbre de no saber qué coño estás haciendo. La dependencia. El miedo a replicar, a contestar, a alejarte de él. A tensar tanto la cuerda que al final se acabe rompiendo. Y que cuando eso ocurra, ya no te quede nada a lo que agarrarte.
Hasta que llega un momento que te armas de valor, coges las tijeras más grandes que encuentras y cortas de un tijeretazo con esa persona tóxica.
CHAS.
Y entonces empiezas a volar, aunque no sepas exactamente a dónde dirigirte.
Esto es lo que le pasó a la ilustradora Agustina Guerrero, La Volátil, la chica de la camiseta a rayas y el humor a veces cáustico, a veces entrañable.
La ilustradora argentina cuenta en su último libro, Érase una vez la Volátil (Lumen), cómo consiguió alejarse de una relación tóxica. Con celo, cajas de cartón y la ayuda de una copa de vino y unos Bucatini all' amatriciana que le preparó una buena amiga. Cuenta cómo después de eso se sintió más libre que nunca y decidió volar a Barcelona, donde empezó una nueva vida entre proyectos de libros y curros de media jornada que le servían para pagar el alquiler, el agua, el gas y lo más importante: el Wifi.
Esta ventana al pasado de Agustina Guerrero explora las vivencias que llevaron a la ilustradora a convertirse en lo que es hoy y a publicar sus dos libros: Diario de una Volátil y Mamma Mía. Nos permite conocer a la joven que un día llegó a Barcelona perdida y empezó a reencontrarse a sí misma entre cañas en el Raval, muebles recogidos de la calle, resacas, noches de sopa y series, algún que otro problema y bocetos a lápiz que le iban poco a poco curando.
Porque llevaba mucho tiempo sin verse, echándose mucho de menos.
A lo largo de sus páginas, el libro de la Volátil nos sirve como recordatorio de todas aquellas personas tóxicas que un día formaron parte de nuestra vida y de las que cuando conseguimos soltarnos de su lastre, pudimos ir más veloces.

Los amigos egoístas, las parejas controladoras, el amor de tu vida que no lo fue (ni lo será nunca más), ese compañero de trabajo envidioso o incluso aquel familiar chupóptero que iba consumiéndote poco a poco.
A través de sus experiencias personales, Agustina pone caras y nombres a los tóxicos que nos rodean y nos hace preguntarnos:
¿no será mejor romper con todo y empezar de nuevo?
¿O escapar lejos sin mirar atrás?
¿Necesitaremos todos una persona tóxica en nuestras vidas?
¿Puede la catarsis llegar a salvarnos?
