"Si hablase con mi familia a menudo, me habría suicidado".


A veces, la familia no es lo más importante

3 conversaciones alrededor de la ruptura entre padres e hijos

Podemos dejar de hablar con un amigo, incluso si antes de la pelea nos unían años de aventuras, borracheras o secretos.
Podemos decidir no volver a ver a una pareja, quizá porque el daño que ha hecho a nuestro corazón es demasiado grande.
Podemos discutir con cualquier persona, borrarles de nuestras redes sociales, ignorarles por la calle.
Pero lo que no podemos hacer jamás es olvidarnos de nuestro padre, de nuestra madre, de nuestros hijos o hermanos: a ellos nos une un vínculo demasiado fuerte y, en ocasiones, también, demasiado doloroso.
Antes de comenzar a leer y preguntar a propósito de las rupturas familiares, siempre pensé que se trataba de un tema oscuro, siniestro, prácticamente ausente en nuestra sociedad.
Estamos acostumbrados a ver en la televisión a familias felices, familias que a pesar de sus diferencias se mantienen unidas. La familia, en sí misma, se ha convertido en una institución e incluso en un lema: “la familia es lo primero”.
Es sorprendente, sin embargo, darse cuenta del odio desmesurado que puede llegar a existir entre personas de la misma sangre. Yo misma, al empezar a conocer las historias ocultas de amigos cercanos o conocidos, me planteé si en verdad eso que se nos vende es una farsa, una imposición o una impostura.
¿Se lo debemos todo a las personas que nos han dado la vida?
“Se me saltan las lágrimas cuando me acuerdo de este tema”, me escribe una chica por chat de Facebook nada más contarme que desde hace cinco años no habla con su hermana y que, a causa de esto tampoco habla con su padre.
“Tuve que separarme de mi familia porque sentía que todo el rato me juzgaban”, escribe otro joven reconociendo también que desde que está solo ha logrado sentirse más libre.
Es posible que no estemos preparados para afrontar una ruptura así. Es posible, también, que el sentimiento de deuda para con nuestros familiares sea demasiado grande. ¿Cómo voy a decir adiós a la persona que me crió?, ¿a la persona que, cuando no tenía absolutamente nada, lo dio todo por mí?
Dolor, violencia y vergüenza
“Yo a veces no me hablo con mis padres por periodos que pueden ir de varias semanas a años. A veces es porque me han pegado, insultado, echado de mi casa o porque me tratan mal por mucho que lo intenten.”
Quien habla ahora es Manu, un joven de treinta y pocos años que reconoce no sentirse del todo preparado para hablar de este tema en público. Para él ha sido un trauma que le ha perseguido toda la vida, un problema que no puede explicarse del todo, porque cada detalle cuenta en el hecho de que la relación acabara así.
“En mi caso, el no hablarme con mi familia es supervivencia. Si hablase con ellos a menudo, estaría muerto hace ya tiempo. Me habría suicidado o tendría problemas de salud mental tan graves que no podría ser independiente ni activo.”
Si no permitimos a un amigo o amante que nos maltrate, ¿por qué se lo deberíamos permitir a alguien de nuestra misma sangre?
Manu, a menudo, se ha sentido maltratado física y psicológicamente, algo que, según dice, nunca le permitiríamos a un amigo, y por lo tanto tampoco se lo debemos permitir a alguien que sea de la misma sangre.
Esta relación cíclica con sus padres se debe principalmente a que ellos no le entienden, a que juzgan su manera de vida quizá porque se sienten insatisfechos con la suya.
“Cada minuto sin ellos soy feliz . Cuando hablo con ellos, los quiero y me alegro, pero de algún modo estoy apostando contra mí mismo, porque jamás me van a permitir ser libre o feliz o respetarme. Y tardo meses en recuperarme de ello. Es una resaca de larga duración.”
Dice Manu que a veces ha llegado a encontrar en Internet testimonios desgarradores de personas que, como él han dejado de hablar con sus padres.Personas que hasta se han inventado que sus progenitores han muerto, para no someterse a las miradas de duda e incomprensión que la ruptura de este vínculo produce.
Pero claro, si a veces a nosotros mismos nos cuesta horrores entender cómo hemos llegado a esa situación, ¿cómo nos lo va a entender el resto?
Adiós, mamá
En un email extenso recibo el testimonio de Lucy, una chica de veintitantos años que estuvo varios años sin tratar con su madre. Lucy cuenta que desde siempre habían tenido peleas, algo que puede parecer normal en una relación madre e hija, aunque en su caso, todo iba siempre más allá.
Lucy se sentía desprotegida, abrumada por los continuos despistes y la dejadez de su madre, y eso fue precisamente lo que le llevó a buscar ayuda en un psicólogo. Es probable que la adolescente pensara que el problema era suyo, pero lo cierto es que la recomendación del profesional le cambió su manera de ver las cosas.
Que sea tu madre no quiere decir nada
Le dijo que si le hacía daño y si la situación era insostenible, lo mejor que podía ocurrir es que detuvieran sus relaciones. “¡Pero si es mi madre!”, le dijo ella. “¿Y qué? Eso, en realidad, no quiere decir nada.”
Desde ese momento Lucy hizo lo que tanto miedo le daba, pero también lo que de pronto le provocó una liberación infinita. Con el tiempo, Lucy recuperó la relación con su madre. Y aunque ahora son más distantes, han conseguido respetarse la una a la otra, y sobrevivir.
Aunque a pesar de este final agridulce, ella tiene las cosas más que claras: “si te duele, estás en tu derecho de cortar la relación, de poner tus límites. Sea quien sea la otra persona, lo primero es cuidarse.”
La familia no es lo primero, lo primero es cuidarla      
Dentro de unos meses Julia va a ser abuela. Ronda los 50 años y está emocionada por lo que está por llegar. Julia, que ha tenido etapas de su vida absolutamente tristes, desastrosas y depresivas, mira al futuro con confianza,porque tomó la decisión de ser la dueña de sus emociones.
La familia que Julia ha decidido tener es muy pequeña. Minúscula. Las personas que le importan son su marido, su hijo, su nuera y el bebé en camino. No le importa nada más y ha decidido cuidar a los que más quiere, entenderlos y sobre todo respetarlos.
Lo cierto es que, técnicamente, su familia es mucho más grande, pero desde hace tiempo no tiene trato con ella. Hace pocos años, su propia madre la llamó para decirle que aunque hubiera parido a cinco hijos, ella consideraba que tenía sólo cuatro, porque Julia no era bienvenida.
Casi desde su juventud, la quinta hermana rechazada estaba considerada como la débil de los hermanos. Durante toda su vida, a Julia no la respetaban en casa, y cuando al fin se casó y tuvo un hijo, sintió cómo sus propios padres le obligaban a decidir entre dos familias: la de su apellido, o esa que había formado.
“No puedes obligar a un hijo a decidir así”, cuenta por teléfono con la respiración agitada. “No puedes rechazar a un familiar sólo porque ha decidido tener una vida distinta a la tuya”.
Yo no quiero hacer daño a mi hijo
En adelante, casi todos los problemas de Julia con sus padres y sus hermanos estaban relacionados con el dinero. Para ella, lo más importante era ahorrar con tal de, algún día, poder ayudar a su hijo en todo lo que necesitara.
“Esto es algo que mis padres no entendían. Según ellos la obligación de un hijo es trabajar para mantener a sus padres, y no al contrario.” Lo cierto es que Julia ayudaba todo lo que podía a su familia, hasta que un día ya no pudo soportarlo más.
“Es una situación difícil, que me ha llevado a tener muchos problemas y a tomar medicación. Por eso decidí cortar por lo sano. Hay relaciones que son como un objeto roto, a veces pegarlo con pegamento es más inútil que romperlo.”
Después de cinco años sin hablar con sus padres ni con sus hermanos, una antigua amiga de su ciudad natal la llamó para avisar de que su madre estaba muriendo. Julia quiso saber qué pasaba, pero sus hermanos lo impidieron.
Durante meses reflexionó acerca de si debía presentarse en el funeral una vez llegado el momento. C uando ocurrió, tomó la decisión de pasarse unos minutos por el tanatorio, para despedirse a su manera.
Ni su padre ni sus hermanos le dirigieron la palabra.
Hay relaciones que son como un objeto roto, a veces es mejor deshacerse de él que intentar arregarlo rápido y mal con un poco de pegamento
“Cuando vi a mi madre muerta sentí mucha pena. Era la primera vez que la veía en todo el tiempo que habíamos estado sin hablar. Sentí pena y rabia, porque pensé en todo el tiempo que había perdido. En todas las horas en las que podría haber disfrutado de su nieto. En qué nos había llevado a esa situación.”
Julia va a ser abuela y no oculta su alegría, como tampoco oculta la angustia que le causa saber que su hijo ha crecido sin unos abuelos que le cuidaran, que le quisieran, que le apoyaran.
“Yo no quiero hacer daño a mi hijo”, susurra. Porque, según ella, lo más seguro es que nadie en su sano juicio quiera llegar a una situación similar, pero a veces, cuando el dolor se presenta, hay que ser rápido y frío en la manera de actuar.
Mirando la fortaleza y la ilusión de Julia, uno se pregunta si acaso nuestra obsesión por que la familia es lo primero no nos ha cegado ante lo que de verdad importa: que lo primero es cuidarla, y sobre todo, respetar a cada uno de sus miembros. Jamás hacerles tanto daño.
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