Imagina que le escribes por WhatsApp a un amigo.
—¿Hey te apetece tomar algo el viernes?
Ahora, escoge la respuesta que preferirías:
A) No puedo, tengo una cena.
B) ¡No puedo, tengo una cena!
Mucho mejor la segunda, ¿no?
Signo de exclamación o punto. Es solo un matiz. Pero cambia el tono del mensaje por completo
De hecho, si recibieras la primera, probablemente pensarías algo del tipo “¿de qué va? Menudo gilipollas”.
Y la ciencia te respalda.
Un nuevo estudio de Binghamton University dice que los mensajes de texto acabados en punto final son percibidos como menos sinceros.
En otras palabras: finalizar tus mensajes de texto con el signo de puntuación más concluyente te convierte en una persona detestable (a no ser que se trate de un familiar cercano de más de 50 años de edad).
Los mensajes que terminan en signos de exclamación o interrogación, en cambio, se perciben como más sinceros y profundos.
En cierto modo, es el mundo al revés.
Imaginarse la traducción a la vida real de un ¡¡¡¿¿¿Te apetece quedar el viernes???!!! hace que immediantamente pienses en alguien así:
En WhatsApp, en cambio, comunicarte así te convierte en un tipo encantador.
Lo mismo podría decirse de las normas de puntuación: que las sigues... no eres de fiar; que te las saltas a la torera... molas.
Según Celia Klin, directora del estudio, esta percepción viene de nuestro desesperado intento de encontrar contexto entre las pequeñas pistas que nos da un simple mensaje de texto.
“Cuando hablamos, la gente puede transmitir información social y emocional fácilmente con la mirada, las expresiones faciales, el tono de la voz, las pausas, y demás”, ha dicho Klin en un comunicado. “La gente, obviamente, no puede utilizar estos mecanismos cuando mandan mensajes. Así que tiene sentido que cuando mandamos mensajes nos apoyemos en aquello que tenemos al alcance –emoticonos, errores ortográficos deliberados que imitan los sonidos del habla y, según nuestros datos, los signos de puntuación”.
Esta es, pues, la razón por la que en WhatsApp nos convertimos en alumnos de pre-escolar, rellenando todas nuestras conversaciones con dibujitos y caritas sonrientes.
¿Mejor parecer un niño de cinco años que un borde, no?
Ah, que tiempo tan fascinante nos ha tocado vivir.
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