
Vivimos en un mundo muy formulado y predecible. Casi todo está perfectamente empaquetado y sistematizado. La sociedad perpetuamente busca mantener el orden, en todo sentido de la palabra.
Pero hay algo de ilusión en todo eso.
Nos han enseñado a valorar nociones de simetría. El orden y la organización es como un premio de consuelo que nos intenta hacer sentir que el mundo no es azaroso, ni caótico ni impredecible como muchas veces lo es.
En nuestros intentos de establecer orden, muchas veces creamos desorden. Por ejemplo, cuando compramos ropa nueva o zapatos nuevos podemos vernos muy compuestos en público, pero muchas veces nuestro armario se colapsa gracias a esto.
Cuando botamos basura, pensamos que todo quedó limpio, pero en realidad todo se va a un vertedero que está muy sucio.

Como dice el físico Frank:
“Es una ley de la física. La difícil verdad es que el universo mismo está determinado a luchar contra todos nuestros intentos de darle orden al caos. Eso es porque al universo le encanta el caos.”
Así es, por más que intentemos tener todas las cosas ordenadas y limpias, las cosas siempre tienden a volver al desorden.
Por eso, hay personas que quieren decir “sí” al desorden más seguido y aceptar la naturaleza caótica del universo en el que vivimos.
A las personas desordenadas muchas veces se les estigmatiza como individuos apáticos y desequilibrados, pero eso no tiene porqué ser verdad.
Las personas desordenadas no quieren que sus vidas sean puro decoro y convención.
Tomando una cita de Jim Morrison:
“Estoy interesado en cualquier cosa que sea revoltosa, desordenada y caótica… Me parece que es el camino hacia la libertad.”
Esto no quiere decir que deberíamos dejar que todos los aspectos de nuestra vida se rindan frente al caos. La organización también es necesaria, conveniente y hermosa. Sólo que está sobrevalorada, y aquellos que viven en desorden muchas veces son juzgados injustamente.

Las personas desordenadas no son perezosas, la verdad es que muchas son imaginativas y osadas. La sabiduría convencional nos puede decir que necesitamos el orden para sembrar la productividad, pero esto no es necesariamente cierto.
De acuerdo con Eric Abrahamson y David H. Freedman, autores de “Un alboroto perfecto: Los beneficios ocultos del desorden:
”El desorden no es necesariamente la ausencia de orden. Un escritorio desordenado puede ser un sistema altamente efectivo y accesible. En un escritorio desordenado, el trabajo más importante y urgente tiende a estar al alcance y encima del resto de las cosas, mientras las cosas que con seguridad podemos ignorar están enterradas debajo del resto o más lejos del alcance, lo cual hace perfecto sentido.”
En otras palabras, un escritorio desordenado puede fomentar muy bien la eficiencia, claro está que depende de la persona al que pertenezca.
En la misma línea, un estudio realizado por Kathleen Vohs, PhD, en la Escuela de Carlson de Administración de la Universidad de Minnesota, encontró que los ambientes desordenados inducen grandes niveles de creatividad.
En uno de sus experimentos, Vohs dividió un grupo de 48 participantes y les pidió que encontraran nuevos usos a una pelota de ping-pong. La mitad fue ubicada en una habitación ordenada y la otra mitad en una desordenada.
Al final, ambos grupos llegaron al mismo número de ideas, pero las ideas producidas por aquellos que se encontraban rodeados de orden fueron calificadas por un panel independiente de jueces como significativamente menos innovadoras que las del otro grupo.
Vohs lo dice así:
“Estar en un cuarto desordenado llevó a algo que las firmas, las industrias y la sociedad quisieran ver más: la creatividad. Los ambientes desordenados parecen inspirar el alejarse de la tradición, lo que produce ideas frescas. En contraste, los ambientes ordenados fomentan la convencionalidad y el irse a la segura.”
Esto no viene como una gran sorpresa; la desorganización ha sido asociada muchas veces a la genialidad. Muchos pensadores y escritores famosos han trabajado en ambientes realmente desordenados, desde Albert Einstein, pasando por Alan Turing, Roald Dahl hasta JK Rowling. Todos alcanzaron la grandeza a pesar de su desorden.
Desde una edad joven se nos enseña a sentirnos mal por nuestro desorden. Las personas desorganizadas muchas veces son reprochadas por la sociedad. En este proceso, los beneficios ocultos de esta cualidad son pasados por alto.
Requiere de valentía el abrazar el desorden como parte de nuestra vida, y muchas veces significa recibir constantes críticas y el ir en contra de los constructos sociales.
Muchas de las personas que viven en desorden son inherentemente espontáneas y prefieren ocuparse de las cosas más grandes de la vida que de los pequeños detalles del día a día. Se dejan llevar por las circunstancias en vez de luchar contra la corriente.
Puesto en palabras simples, muchas personas desordenadas son más aventureras y adaptables. Son pioneras que están más preocupadas de dedicar la cantidad de tiempo limitado en la vida a cosas significativas más que gastar su tiempo en cosas como el orden meticuloso de su espacio.
Hay una simplicidad y belleza en vivir una vida desordenada, no es por nada que produce individuos tan creativos e innovadores.
La vida es un regalo espontáneo, impredecible y maravilloso. Se trata de actuar en consecuencia con eso y disfrutar del paseo.
Via: Elite Daily