Hablamos con Yvan Sagnet, joven camerunés que se vio obligado a trabajar como recolector de tomates y acabó desarticulando una red de explotación de inmigrantes
Yvan Sagnet tenía cinco años y soñaba con vivir en Italia. Su primer contacto con el país fue en los años 90, mientras se celebraba la Copa Mundial de Fútbol. Su país, Camerún, llegó a cuartos de final. Apenas entendía de fútbol, pero aquel partido iba a cambiarle la vida.
"Solo sé que ahí empezó mi ilusión con Italia. Estaba enamorado de Italia. Quería vivir allí. Me encantaba su cultura, su moda, sus calles. Todavía recuerdo la letra del Mundial de ese año", relata el joven camerunés. Era "Notti Magiche" de Eduardo Bennato y Gianna Nannini. Lo que Sagnet no se imaginaba es que, diecisiete años después, el país con el que tanto soñaba de pequeño acabaría nombrándole Caballero de la Orden.
En 2007 Sagnet llegó a Turín con visa de estudiante y una beca de la universidad que cubría todos sus gastos. Su idea era licenciarse en Ingeniería de Telecomunicaciones y llevar una vida tranquila. Sin embargo, en 2011 sus planes se truncaron.
Los "Caporali"
"Suspendí dos exámenes y no me renovaron la beca, así que decidí buscar un trabajo de verano para poder pagar la matrícula de la universidad", explica Sagnet. Un amigo le comentó que en el Sur de Italia estaban contratando a jornaleros para recoger las frutas y verduras del campo, pero Sagnet no conocía a nadie allí. Angustiado por no conseguir otro trabajo, decidió probar suerte.
Sagnet llegaba a Nardo, cerca de Apulia, en julio de 2011, cuando la temperatura rondaba los 40-42 grados. "Incluso en casa, en Camerún —dice—, nunca había visto un lugar similar. En África somos pobres pero al menos tenemos dignidad." Dos semanas más tarde, el joven camerunés descubriría quiénes estaban despojando de dignidad a todas esas personas: los Caporali.
"Cuando llegué allí no podía creer lo que estaba viendo. Un campamento donde 800 trabajadores, todos inmigrantes de África, Rumanía, Paquistán, India o Macedonia, dormían acinados en apenas 200 tiendas de campaña. Los que no cabían, dormían en colchones, a la intemperie. Había tan solo cinco baños, así que para ducharte o ir al servicio tenías que hacer colas de hasta cuatro horas. Todo me recordó a un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial"
Nada más llegar, preguntó a sus compañeros cuál era la forma de trabajar y dónde tenía que ir. "Aquí son ellos los que vienen", le respondieron. Se referían a los Caporali (en italiano Caporalato significa contratación ilegal). Son intermediarios entre los agricultores y los trabajadores que funcionan y funcionan como un sistema de mafia. Desde hace 100 años se conoce la existencia de estos "caciques" que hacen dinero y carrera a base de explotar laboralmente a inmigrantes, la gran mayoría sin papeles. Muchos, según explica Sagnet, fueron antiguos jornaleros explotados que fueron ascendiendo hasta convertirse en Caporali. Cada uno tiene un mote, el de Sagnet, de origen sudanés, era conocido como "Berlusconi".
"Eran fáciles de reconocer", recuerda Sagnet. LLegaban al campamento y todos corrían hacia ellos para pedirles trabajo o para que les dieran los papeles. Estas mafias están repartidas en el Sur, pero también en el Norte de Italia. Actualmente se estima que esta explotación —que supone un delito de trata de personas— afecta a 430.000 trabajadores. "Miles de trabajadores que suponen mano de obra barata para que unos pocos se lucren y bajo el conocimiento de las autoridades", dice Sagnet.
Cobraban 10 euros después de una jornada de 14 horas de trabajo a más de 40 grados
La camioneta les pasaba a buscar sobre las 4 am y pasaba frente a la comisaría de Policía. En la mini van, con capacidad para 9, se subían 25 personas y era la única vía para trabajar. Hacinados, el "capo" les cobraba cinco euros a cada uno por el viaje. "Si no pagabas, aunque decidieras ir a pie, no te dejaban trabajar. Tenías que pagar sí o sí".
En cuanto a las condiciones se refiere, Sagnet detalla: "Casi no nos dejaban beber. Nos hacían pagar casi cinco euros por una botella de agua pequeña y un bocadillo. Eso para una jornada de 14 horas de trabajo. Nos trataban como animales".
A Sagnet le llevaron a recoger tomates. Por cada caja llena de tomates le pagaban 3,50 euros. Si no llenabas la caja, te quedabas sin el dinero. La Ley en Italia establece un salario de 50 € para 7 horas de trabajo en la agricultura, pero con este sistema impuesto por los capos el trabajor más rápido y más fuerte podía ganar después de más de 12 horas de trabajo, como mucho, 25 euros. De ese dinero tenían que descontar 10 euros (5 del trasporte y cinco de la comida), así que apenas llegas a 10 euros diarios. "No sé cómo lo llamará el resto, pero para mi eso era esclavitud", apostilla el joven camerunés. "Explotan a los inmigrantes y se aprovechan de su desesperación y de su situación de ilegalidad en el país".
Fue en su quinto día de trabajo cuando todo cambiaría. Primero, uno de sus compañeros se desmayó debido a un golpe de calor. "No nos dejaban llamar a una ambulancia y tampoco había cobertura. Nos pedían 20 euros para llevarle al hospital", recuerda Sagnet. Más tarde, ese mismo día, el capataz decidió que la recogida de tomates tenía que ser "especial". Los tomates iban a ser para ensalada, así que debíamos ser más cuidadosos, además de cargar menos las cajas. Eso, para Sagnet y muchos de sus compañeros, significó no cobrar ese día.
La huelga: el inicio de su nueva vida
"Volvimos al campamento, nos agrupamos y organizamos una huelga. A primera hora de la mañana cortamos el acceso de la carretera que unía Nardo con Lecce, llamando así la atención de la prensa y de las autoridades", explica. Él era el único que hablaba italiano, así que se convirtió en el representante de la protesta, que duró un mes y medio hasta que se llegó a un acuerdo.
Sagnet organizó a los trabajadores en grupos según su origen y el idioma que hablaban para que pudiesen comunicarse entre todos. Cada día, durante el mes y medio que duró la huelga, se levantaban a las 2 de la mañana para bloquear la carretera y los principales puntos de acceso de los caporali para evitar que llegasen a los campos con nuevos trabajadores.
En la primera semana de huelga el gobierno italiano aprobó por primera vez la Ley contra la contratación irregular ("caporalato"). Los caciques fueron arrestados y también los agricultores que operaban en la zona. El juicio está pendiente de celebración y Sagnet es el principal testigo.
Su valor le ha costado caro. Grandes intereses económicos se han visto afectados con su protesta. Las amenazas de muerte son constantes y hace pocas semanas fue abordado por un grupo de hombres armados en un coche.
"He pasado mucho miedo, pero la satisfacción de ver a estos hombres que se consideraban como intocables sentados en un banquillo me ha merecido la pena"
Hace dos semanas Yvan fue nombrado caballero de la orden de la República Italiana por su muestra de valor y su lucha por la justicia. También ha recibido un premio internacional por su lucha contra la mafia. "Todavía queda mucho por hacer. La lucha continúa. Va a llevar muchos años poder derrocar a estos intocables".
Sagnet terminó su licenciatura, pero actualmente trabaja como activista. Esa huelga de 2011 supuso un giro de 180 grados en su vida. "Ahora el objetivo son los grandes supermercados que compran los productos de estos agricultores", explica.
Le preguntamos a Sagnet si se arrepiente de haber venido a Italia: "A veces, sí, pero luego me doy cuenta de todo lo que he conseguido. Yo, que quería una vida tranquila, estudiar mi carrera y vivir en Italia que era la ciudad de mis sueños, nunca imaginé que acabaría destapando a una red de explotadores y mafiosos y que me convertiría en uno de sus principales combatientes. Pero sobre todo, esta experiencia me ha hecho sentirme un ciudadano del mundo".